agenda 2030

Hace 100 años la idea del siglo XXI sería, según las expectativas del colectivo, una época de alucinantes avances tecnológicos y sociales. No solo eran parte de la imaginación los gigantes rascacielos y autos voladores, sino también una mayor sensación de libertad y la erradicación de las segregaciones sociales. Sin embargo, en pleno siglo XXI estamos siendo testigos de una gran cantidad de cambios que, en vez de llevarnos en una dirección frontal hacia un futuro brillante, están trasladando hasta nuestros tiempos viejas prácticas que parecieran ser parte de un proceso de involución.

Es indiscutible el avance tecnológico. La humanidad se encamina hacia la automatización de todos los sectores de la industria por medio de las inteligencias artificiales y se halla próxima a la implementación de un proceso transhumanista por medio de la inserción de elementos tecnológicos dentro del cuerpo humano y, aunque estos avances pudieran sonar esperanzadores para muchos, todas estas medidas parecieran obedecer, en cambio, a la búsqueda del control de la actividad, el pensamiento y la integridad física de la sociedad, un escenario que fue presentado 1932 en la obra distópica de Aldous Huxley Un mundo feliz, en la cual la manipulación genética, el uso de drogas opiáceas y la normalización de la sexualidad a muy temprana edad, constituían los elementos angulares en la fabricación de una sociedad sin voluntad, donde el destino de un individuo era determinado desde antes de su nacimiento.

Y es que las señales de que se está iniciando un proceso de control autoritario no muy diferente al que se puede ver en la China actual han ido en aumento, iniciando por la censura de la opinión en redes como Twitter, Instagram, Facebook y YouTube, donde un sistema de fact check puede determinar si un video, imagen  o comentario es apropiado para que sea percibido por otros usuarios y donde escándalos que involucran a instituciones gubernamentales, personalidades políticas o violaciones contra los derechos humanos y animales son obviados de estas plataformas para que no sean del conocimiento de los ciudadanos. Es muy fácil descubrir en estos medios de conexión masivos cómo opiniones que difieren de las versiones oficiales son inmediatamente eliminadas pero elementos como la pornografía son tan fáciles de encontrar y difundir.

Resulta preocupante ver cómo jefes de estado unen fuerzas e invierten fondos públicos en lo que ellos llaman una "guerra contra la desinformación", señalando al pensamiento crítico como una actividad terrorista, pero en un mundo donde las discriminaciones sociales, el hambre y la desmejora educacional van en aumento exponencial.

Una cosa es cierta, muchas personas son cada vez más consientes de las aspiraciones de los grupos que llevan el control, tanto de organizaciones internacionales y gobiernos, como de corporaciones y entidades bancarias y comienzan a darse cuenta de que un choque contra lo que podría considerarse el "Panem" está muy próximo.

El pensamiento crítico es vital en estos tiempos en que la programación predictiva, la estupidización por medio de plataformas que premian el contenido vacío y la alienación de las masas son la norma. Cuestionar la versión oficial no es de anarquistas y asentir sin pensar no es de ciudadanos modelos. Discernir lo bueno de lo malo, lo útil de lo superfluo y cuestionar las políticas del estado profundo es un derecho y un deber de todo aquel que se considere un ser humano con libre albedrío y no un autómata corporativo.